| Ramón Ojeda Mestre El gordo y la gorda Organización Editorial Mexicana 1 de agosto de 2011 |
Muchos de mis amigos padecen un sobrepeso que los agobia o apesadumbra. No es su culpa. Fueron víctimas de los errores de un sistema de salud y de funcionarios y políticos que no los defendieron oportunamente. Esto viene de tiempo atrás. Más de veinte años ahogados en bebidas obesificantes y comida chatarra, vida de apoltronamiento frente a la tele o la compu, cero ejercicio y comidas obligadas en la calle por las distancias y los hábitos de socialización, sin contar el maldito alcohol que se ha apoderado de la vida de las familias desde sus adolescentes.
El 7 de febrero de 1993 en un importante diario de circulación nacional, de cuyo nombre no quiero acordarme, se publicó que en 92 la población mexicana se convirtió en la segunda consumidora mundial de refrescos. Hace casi veinte años. Hoy somos el país que está en primer lugar de esa viciosa ingesta etológica y alimenticia. En aquel año consumíamos ya 592 botellas por persona en esa industria que representa más del uno por ciento del valor bruto de la producción nacional y que en el susodicho año, cuando era presidente Carlos Salinas, vendían mil 900 millones de cajas de refresquillos o el equivalente a 45 mil 600 millones de botellas de ocho onzas al año.
Hoy, nada más en refrescos de color oscuro somos el número uno en el mundo. Por eso y otras cosas estamos gordos y guangos, enfermos de diabetes, presión arterial elevada y otras linduras. Los refrescos o bebidas edulcoradas, coloreadas y de todo tipo, al alcance de niños, jóvenes, alarifes o diputados, están fuera de control de precio y de calidad. No nos dicen con claridad qué contienen y cuáles son sus efectos, por más que pongan en una letra pequeñísima extrañas fórmulas para nublar el entendimiento.
La palabra se hizo para decir la verdad, no para ocultarla, escribió José Martí, pero los gobiernos han permitido que el consumidor sea víctima sanitaria y nutricional de esos malandrines, es decir, de una industria extranjera que no ha sabido ser leal con sus enriquecedores, y con esos oficiantes de la política y gobierno que son denunciados a gritos y hasta con poemas y besitos sicilianos en el Castillo de Chapultepec. Shameonyou, como diría Camelia La Tejana.
Hay más de 350 empresas de bebidas embotelladas en esta industria que crece al 13 por ciento anual, mientras la pobre muchachita o el niño engordan y se inflan a ciencia y paciencia también de los padres bobos y condescendientes. Empieza temprano el viacrucis para los gorditos hoy. No pasarán bien en deportes, sentirán su estima personal deteriorada, se ensimismarán y verán al mundo como algo aparte de ellos como el caso de Braulio, el amigo de Ali, o el de Jesús o el de Merceditas o el de usted, mi voluptuosa lectora, o de usted, adiposo compañero de lecturas.
Sí, México consume más de cinco mil millones de litros de bebidas oscuras al año y más de siete mil millones de litros de líquidos de los otros colores y de los dizque incoloros e insaboros que nos oculta el PET o tereftalato de polietileno, tan dañino y tan aberrantemente manejado. Los rechonchitos lo saben bien, pero son adictos, refrescodependientes, poseídos por el demonio. Somos víctimas de la gula involuntaria. En realidad somos víctimas de la incultura y del mal gobierno, pero también de nuestra anomia, desidia, abulia o dejadez, fuimos mal educados por el gobierno, sí, pero también por nuestros amorosos padres y luego por nosotros mismos. Vea qué pasa en las discotecas y antros. No cierre los ojos a la realidad.
Francamente no sé cómo alguien tiene la desfachatez de querer proponer a nuestros 'gobernantes' para otros cargos en el gobierno o en los Congresos. Si hubiera ley y orden, los demandaríamos a todos por ineficiencia.
Los gordos tienen derecho a una indemnización del Estado. Les robamos la vida.
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