lunes, 5 de marzo de 2012

El Pueblo está enojado

Ramón Ojeda Mestre Más o menos en las fechas en que se empezaron a construir las pirámides de Teotihuacán y en que los meshicas salían de Chicomostoc, en la Europa medieval se hizo un poema o himno que se volvió famoso y que aún hoy hasta la película del Mago de Oz lo incorpora. Es el poema Dies Irae. Los días de la ira. Muchos le atribuyen la autoría a Celano el amigo y biógrafo de Francisco de Asís, pero de lo que no hay duda es que se le reconoce como el mejor poema latino medieval. Se refiere al día del juicio final de la religión católica, en que de una vez por todas se sabrá quiénes se salvan y cuáles se van a las llamas eternas. Este himno se usa como secuencia en la Misa de Réquiem del rito romano extraordinario, y es por eso que Mozart lo coloca como una parte sustancial de su extraordinario concierto. Mozart, uno de los tres más grandes músicos que la humanidad ha producido, fue un masón distinguido, pero algunas de sus composiciones eran de un profundo contenido religioso como el Réquiem (que quiere decir descanso). Bueno, el hecho es que como unas de las partes fundamentales de su obra, que por cierto no alcanzó a terminar plenamente, incorpora al Dies irae (Día de Ira) al Rex tremendæ maiestatis, al Confutatis maledictis (Confundidos los Malditos) y la Lacrimosa (Día de Lágrimas), y otras, todas tomadas de ese himno del siglo XIII al que hemos aludido, pero no nos desviemos demasiado de los días de la ira a que se refiere dicho poema medieval y que sobrecoge cuando se refiere textualmente a que "Cuánto terror habrá en el futuro". En México hay enojo e irritación por doquier. Ya son demasiadas cosas que la gente no soporta y manifiesta su molestia de las más diversas maneras. Unas a leperadas, otras de manera suave y casi elegante, otras a gritos y sombrerazos, unas ahogándose en el alcohol o en la tele y otras, finalmente a balazos. Por todo el país. Y es que la pobreza en que hemos sumido a más del setenta por ciento de los mexicanos no es, siquiera, una simple carencia de dinero suficiente para el gasto mínimo diario; no, es una estrechez humillante al restregarle todos los días en las revistas de sociales o en los noticiarios la viscosa y afrentante opulencia en que se desenvuelve el 2 por ciento de la nata privilegiada fatua, ostentosa y chafa. La gente sabe que casi todas esas fortunas son de origen ilícito y producto de la impunidad. Ve a sus políticos y ministros de la Suprema Corte y hasta sus sacerdotes, en un boato y dispendio que les agravia y decepciona, y ello le echa más sal a la herida. Ve cómo a pesar del inmenso sacrificio para que sus hijos estudiaran, no encuentran trabajo ni progreso. Tiene miedo de hacer huelgas, de protestar, de quejarse, porque sabe que eso le puede costar el despido o repercusiones diversas. Pero también teme salir a la calle en las noches o se sube al metro o a la pesera con el Jesús en la boca. Respira aires contaminados lo mismo en el valle de México que en el de Toluca, Guadalajara o Salamanca, y tiene que ir a los ya infinitos puestos de ropa usada para comprarse un trapo funcional, al tiempo que ve cómo no hay parte del país que no le ofrezca discos o películas piratas. Su postración se convierte en tristeza, sí, pero también en enojo. Es una olla express. La salud del mexicano está muy deteriorada. Tremendamente. No sólo estamos llenos ya de obesos y obesas, de hipertensos, de diabéticos, de anémicos, de alcohólicos o de gastríticos, sino que también abundan ya los neuróticos, palúdicos o con innumerables padecimientos broncopulmonares. Nadie que esté enfermo y sin dinero puede estar de buen humor, y hablamos de millones de personas de todas las edades. El silencio de los inocentes no significa que la bronca fuerte no esté llamando a la puerta. No escuchamos. Y no habrá rifles suficientes para apaciguar a millones de encabritados.

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